La mayoría de las personas ven el juego como lo opuesto al trabajo, como una actividad pensada para llenar el tiempo libre. En muchos casos incluso percibimos el juego únicamente como una actividad frívola que sirve para descansar nuestra mente cuando no estamos dedicando nuestro talento a las cosas serias del trabajo.
En realidad, si atendemos a su definición, el juego es una actividad estructurada y voluntaria que implica a la imaginación. Es decir, es una actividad limitada en el tiempo y espacio, organizado por las normas, convenciones o acuerdos entre los jugadores, no coaccionada por las figuras de autoridad, y desarrollada sobre la base de una serie de elementos que tienen su origen en la fantasía y la imaginación creativa.
Por lo tanto, a pesar de que el juego es generalmente divertido, rara vez, o nunca, puede considerarse frívolo. Esto es así porque en definitiva, es una actividad con carácter universal inherente al ser humano. Todos nosotros hemos aprendido a relacionarnos con nuestro ámbito familiar, material, social y cultural a través del juego.
Precisamente, son las propias características del juego las que hacen que sea una actividad muy potente para la transmisión de conocimientos:
Participación voluntaria. No es necesario convencer o reclutar a los participantes. El individuo es quien desea participar sin necesidad de que le inciten a ello.
Progresión. El nivel de dificultad aumenta progresivamente a medida que mejoran las habilidades del jugador.
Reglas claras. La estructura y marco de desarrollo de la actividad son conocidos y compartidos por todos los participantes desde un inicio.
Espacio y tiempo acotados. Antes de iniciar la actividad el participante tiene conocimiento tanto de los límites físicos como temporales.
Modelo del mundo real. El relato, el entorno y el marco en el que se desarrolla es un reflejo de la realidad donde el participante puede sentirse identificado.
Práctica de patrones. Es una actividad en la que se mejora con la práctica repetitiva de rutinas.
Sensación de control. El jugador tiene el poder y la capacidad de influir en la dirección que toma el juego mediante sus decisiones libres y personales.
Libertad para fallar. El participante puede decidir en todo momento según su criterio y, las consecuencias de sus decisiones sólo se aplican en el marco del juego.
Feedback rápido. Aciertos y errores tienen una consecuencia en un muy corto plazo.
El correcto diseño de juegos formativos permite aprovechar estas características para incorporarlas en la formación, consiguiendo de este modo, programas de capacitación excelentes.